domingo, 20 de octubre de 2013

Un nuevo humanismo para la universidad sin condición

Un nuevo humanismo para la universidad sin condición

La propuesta de un nuevo humanismo para la universidad sin condición, es la tesis defendida por Jacques Derrida (1930-2004) en la conferencia impartida en el mes de abril de 1998, en la Universidad de Stanford (California). En aquella oportunidad el filósofo francés fue invitado para ofrecer una charla sobre la relación entre las artes y las humanidades de cara a la situación que se prevé para la universidad del mañana. El título que le diera a esta conversación hace parte del ensayo que publicado posteriormente llevaría por título “La universidad sin condición”.

Para el pensador francés abordar las nuevas humanidades, en el contexto de la globalización de los mercados es un acto de fe. Y es así porque discurrir sobre este tópico en el escenario de unas universidades que paulatinamente viven atadas a las condiciones impuestas por la sociedad de mercado, implica al mismo tiempo hacer las veces del ejercicio confesional (‘compromiso declarativo’ afirma el filósofo). Ejercicio que se caracterizaría por testimoniar la vigencia de las humanidades como un acto de fe, esto es, ‘como si’ no estuviera atada a ciertas restricciones ajenas a su propia tarea de esclarecer la verdad sobre las cuestiones del hombre.

Así las cosas, las humanidades establecerían una relación epistémica con la verdad del hombre (antropología). Una verdad que adquiere un matiz jurídico, primero en el siglo de las luces a través de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, y después, en el escenario de las guerras que se librarían durante la primera mitad del siglo veinte, conflictos históricos que darán cuenta, muy posteriormente, de una declaración universal de los derechos humanos. A partir de los derechos del hombre, las humanidades tendrían relación con el proceso histórico de la mundialización, toda vez que consideramos que la apelación a la generalidad de los hombres, es el a priori histórico que se transparenta en la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano[1].

La propuesta de las nuevas humanidades gravitaría alrededor de los asuntos del hombre. Enlazándolo con el tema jurídico que se plantearía entre las humanidades y los derechos del hombre, este saber mostraría la historia de los crímenes contra la humanidad. Las humanidades visualizarían esta historia de la atrocidad y la barbarie, no encerrándose en sí misma, sino abriéndose hacia los nuevos lenguajes tecnológicos de la comunicación. Las humanidades como productoras de los saberes archivísticos de información y de las técnicas de la comunicación, asumen el filtro y la decantación. 

Las humanidades son un saber crítico o de deconstrucción. Esto quiere decir que pensarían a la universidad sin condiciones. La crítica actuaría como un derecho a deconstruir de un modo afirmativo y performativo; esto quiere decir que sus enunciados al tiempo que plasmarían un tipo de escritura particular de una tradición, crearían un acontecimiento, en otras palabras, las humanidades harían algo mientras despliegan su discurrir. Reflejar, inventar y plantear son las acciones encarnadas por la teleología educativa de una universidad llamada a pensar de modo un modo incondicional los asuntos humanos.

Entre las tareas que le corresponden a las humanidades al asumir metodológicamente la práctica de la deconstrucción, se sugiere las siguientes:

(…) al ser incondicional, semejante resistencia podría oponer la universidad a un gran número de poderes: a los poderes estatales (y, por consiguiente, a los poderes políticos del Estado-nación así como a su fantasma de soberanía indivisible: por lo que la universidad sería de antemano no solo cosmopolita, sino universal, extendiéndose de esa forma más allá de la ciudadanía mundial y del Estado-nación en general), a los poderes económicos (a las concentraciones de capitales nacionales e internacionales), a los poderes mediáticos, ideológicos, religiosos y culturales, etc., en suma, a todos los poderes que limitan la democracia por venir. La universidad debería, por lo tanto, ser también el lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado, ni siquiera la figura actual y determinada de la democracia; ni siquiera tampoco la idea tradicional de crítica, como crítica teórica, ni siquiera la autoridad de la forma ‘cuestión’, del pensamiento como ‘cuestionamiento’ (Derrida, 2002, p. 14).  

Las universidades sin condiciones son aquellos lugares donde nada permanece sin estar sometido a la libre indagación (‘pueden decirlo todo’). Derrida propone leer el ejercicio crítico de la deconstrucción como una apuesta metodológica que orientaría a las nuevas humanidades, más allá de una concepción puramente clásica del conocimiento humanístico. Una concepción clásica enfatizaría que las humanidades son un conjunto de saberes que permiten hacer ejercicios de traducción e interpretación. En su versión tradicional, las humanidades fueron concebidas como un conjunto de saberes exclusivos (latín y griego), a través de las cuales se entrenaba a un lector en los ejercicios de traducción de las obras clásicas de la tradición greco-romana; los conocimientos en gramática y retórica estaban encaminados al refinamiento en el dominio de la palabra y el gusto por lo buena conversación. La  recuperación de las tradiciones y los saberes antiguos es una impronta imborrable en la formación clásica en humanidades.

Ahora bien, las humanidades asumirían la tarea de fomentar las ‘prácticas deconstructivas’ (Derrida, 2002, p. 20), es decir, todas aquellas acciones concretas de aprendizaje, que cuestionarían tanto la forma tradicional en la cual se ha enseñado a clasificar y a ordenar el conocimiento (v.g. el árbol de Porfirio), como también a la forma habitual de comunicarlo (v.g. la escritura). Partiendo del hecho de que las humanidades se refieren a los asuntos del hombre desde los lenguajes de la metaforicidad y la analogicidad, las prácticas deconstructivas son vecinas a las formas de expresar y comunicar un pensamiento reflexivo[2]. Con la expresión ‘como sí’, Derrida se refiere a que las humanidades harían uso verosímil de la cópula del verso ser o estar, pues en sus  predicamentos es frecuente el recurso a la metaforicidad y la analogicidad. La virtualidad es otra realidad del conocimiento humano donde la información viaja a través de la metáfora y  la analogía. Como lo señala el francés ‘La virtualidad es el nuevo abc de la deconstrucción’, porque deslocaliza los discursos, las conversaciones y las discusiones.

Varias cuestiones se desprenden de este planteamiento, por ejemplo: ¿podrían las prácticas deconstructivas negar sistemáticamente el ‘compromiso declarativo’ que caracteriza el discurrir en las humanidades?, ¿cuál es el horizonte pedagógico de la virtualidad en el contexto de la mercantilización de los conocimientos y de los servicios educativos, proyectos liderados por la universidad del siglo XXI?, ¿cómo podrían las humanidades asumir el ‘compromiso declarativo’ a través de los lenguajes multimediales?

A juicio del francés el carácter performativo de las humanidades, permitirá pasar de la ‘constatación de los hechos’ al ‘compromiso declarativo’; dicho de otro modo, la pretensión deconstructiva es también un compromiso ético. Este que hacer ético de las humanidades se concibe en cuatro niveles: A. Las humanidades y la ‘práctica confesional’, B. Las humanidades y la universidad soberana y C. Las humanidades, la literatura y el testimonio, y D. Las humanidades y la performatividad.  

  1. Las humanidades y la práctica confesional: En primer lugar, las humanidades, al ser asumidas como un acto de fe, se convierten en el confesionario de los males que han mancillado la idea de humanidad. En otras palabras, las humanidades actuarían como la ‘conciencia moral’ que expiaría las culpas de los crímenes históricos de la esclavitud, la inquisición, los genocidios, la colonización, el apartheid, las masacres, los secuestros, las torturas, etc. Y esta práctica confesional radicalizaría la incondicionalidad de las universidades, dicho de otro modo, su ‘fuerza invencible’ estaría justamente en no declinar ante la atracción que producen los beneficios materiales de los poderosos, quienes, al fin de cuentas, son los más interesados a que no salga a la luz  la verdad sobre las maquinaciones que rodearon a los crímenes y a sus culpables. 
  2. Las humanidades y la universidad soberana: En segundo lugar, de la mano de la profesión de fe que hace el profesor de humanidades, se da el hecho histórico de que las universidades han sido y son espacios de soberanía, esto es, lugares donde el pensamiento goza de la absoluta independencia frente a los poderes externos que intentan acallarla o en su defecto comprarla. En este sentido a las universidades las constituye un principio de resistencia que es al mismo tiempo un principio de disidencia. Estos dos elementos harían parte de la ‘desobediencia civil’, entendiendo con ello que las universidades sin condiciones actuarían ‘por mor a una ley, un pensamiento y una justicia superior’.
  3. Las humanidades, la literatura y el testimonio: y en tercer lugar, a pesar de que goza de un cierto reconocimiento la idea de que las humanidades agruparía una serie de saberes tradicionales, las  nuevas humanidades tendrían que incluir, lo que se ha dado a llamar en la tradición universitaria anglosajona como las ‘teorías de la traducción’ (la articulación de la teoría literaria, la filosofía, la antropología, el psicoanálisis, la lingüística, etc.). La literatura y en general la teoría literaria se acomodaría al ‘como sí’, lugar epistémico a partir del cual las nuevas humanidades proyectarían la condición ya no del profesor como el profesional titulado, sino como el que profesa, profetisa, declara y testimonia.
  4. Las humanidades y la performatividad: finalmente, las humanidades vistas como el acto profesoral donde se entrega un testimonio, son en principio un que hacer responsable sobre un modo particular de entregar un saber en el hablar. Entendiendo con ello que la enseñanza de las humanidades depende en gran medida del acto de fe, tácitamente juramentado que depositó el oyente que escucha la lección de quien da testimonio o profesa (habla), sobre algo que posee un cierto valor sagrado, indeterminado. Este acto de fe que se entrega al oyente, mediante la palabra o testimonio que imparte el maestro, y que este a su vez ha depositado hacia una forma aproximada de verdad no empírica ni demostrable, mantiene una tensión performativa que se aproximaría al lenguaje de la fábula y la ficción. Profesar sobre algo es de facto una práctica discursiva del tipo performativo. La performatividad que caracteriza al discurso de las humanidades se entiende entonces como un pacto moral, donde se pone en juego la responsabilidad y el compromiso del testimonio.



[1] Otros antecedentes  históricos explicarían la emergencia de la humanidades en el escenario de las batallas  jurídicas que libraría occidente contra otros pueblos y culturas, por ejemplo, el derecho de gentes que en los siglos XV y XVI darían cuenta de dos escenarios: la discusión sobre el derecho a la dominación de los pueblos indígenas por Bartolomé de las Casas y Guines de Sepulveda; segundo, la interpretación del derecho a la guerra que declararía la empresa conquistadora, frente al derecho de los pueblos o ‘ius gentium’, planteamiento jurídico  sistematizado por Francisco de Vitoria, y que fue una preocupación permanente en  la escuela de la tomística salmantina entre los siglos XVI y XVII.
[2] Uno de los antecedentes filosóficos de la estructura lingüística del ‘como sí’, es identificado por Derrida en el juicio reflexionante y en general en la teoría del juicio de gusto estérico propuesta por Kant en la Crítica del Juicio. Para el francés el ‘como sí’ actuaría como lo hace el juicio reflexionante, porque esta forma de proceder en el discurrir de la razón según la teoría kantiana no estaría determinada por la experiencia directa que produciría la impresión sensible del objeto, sino que, más bien, se desplegaría libremente, permitiendo a los hombres alcanzar el conocimiento de las ideas regulativas, a saber, las ideas de Dios, del mundo y del alma. Pero también señala que en esta tradición estética, las humanidades se convierten en un conocimiento histórico de refinamiento y veneración, pues su conocimiento no iría más allá de los ritos de culto y admiración producidos por la experiencia estética de la comunicabilidad de la obra de arte.